jueves, 6 de septiembre de 2012

¿Cómo se desarrolla la inteligencia del bebé?


El cerebro del recién nacido tiene infinitas posibilidades. Para desarrollarlas, además de estímulos, necesita afecto.
Los primeros tres años son los más importantes. En este tiempo, los 100.000 millones de neuronas o células cerebrales con que nace el bebé se conectan entre sí, formando una complicadísima red de comunicaciones. Este proceso sólo se pone en marcha si, a través de los sentidos, le llegan estímulos. Pero, para saber qué hacer con esta información, también le hacen falta las emociones. Es decir, el bebé no sólo necesita ver objetos, oír sonidos, gustar sabores y tocar superficies, sino que además precisa sentir las emociones que lo embargan cuando sus padres lo abrazan. Un chiquito que recibe poco afecto no desarrollará su cerebro en forma óptima.
Ya en el vientre materno, el cerebro del bebé produce multitud de neuronas, muchas más de las necesarias. Mientras que las sobrantes se eliminan, las supervivientes comienzan a conectarse entre sí, formando de modo rudimentario las áreas que más tarde serán las responsables de la visión, el oído, los movimientos, etc. Después del nacimiento, los millones de neuronas con sus conexiones ya existentes comienzan una nueva fase de multiplicación. Ahora entran en juego todas las experiencias sensoriales y emocionales del bebé, de manera que las conexiones se hacen cada vez más complejas.
Físicamente, debemos imaginarnos una neurona como una estrellita irregular que en su centro tiene un núcleo y que desarrolla brazos o ramificaciones para conectarse con otras neuronas. Los brazos que transmiten la información se llaman axones y son como hilos largos, los que la reciben tienen el nombre de dendritas y se parecen a hilos más cortos. Sin embargo, axones y dendritas no se tocan directamente, sino que entre ellos hay una especie de puente, la sinapsis, por donde salta la chispa informática. En este proceso intervienen impulsos eléctricos y determinadas sustancias químicas: los neurotransmisores.
Cada cara sonriente, cada caricia, cada pieza de música, cada satisfacción después de tomar el alimento, pero también cada pañal sucio y cada grito estridente... Todo influye en la conformación del cerebro. Cuanto más se repita determinado estímulo, tanto más se fijan sus correspondientes conexiones neuronales.
Una rapidez tan vertiginosa como jamás se alcanzará. A los dos años, el cerebro de un chico posee el doble de sinapsis y consume el doble de energía que el cerebro de un adulto. Una sola neurona puede poseer hasta 15.000 sinapsis que la conectan con otras neuronas. Aunque los primeros tres años sean los más decisivos, hasta los once o doce el ritmo de crecimiento cerebral se mantiene a un nivel bueno, pero, a partir de entonces, las neuronas no utilizadas se van eliminando. Esto no quiere decir que, pasada esta edad, el ser humano no pueda seguir aprendiendo cosas nuevas. Durante toda la vida se amplían las ramificaciones cerebrales y se forman nuevas sinapsis, pero sólo dentro de los circuitos que ya se trazaron en la infancia.
¡Qué maravillosa tarea para los padres poder contribuir en tal medida al desarrollo intelectual y emocional de su hijo! Pero también ¡qué gran responsabilidad!
 

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